Tenía algo que decir, siempre lo supe. Tenía algo que decir y nunca lo dijo. Yo sentía cómo luchaba ese pájaro nervioso en su pecho, sin llegar a pasar de su garganta a su boca ni sus labios. Esos labios rojos que temblaban siempre nerviosos, tratando de encerrar mayor verdad de la que nunca dejaron escapar. Esos ojos dulces, tan profundos e impenetrables, que miraban angustiados como pidiendo el tiempo y el silencio necesario para revelar el secreto que guardaban. Nunca nadie se lo concedió. Ella, que sufrió y escuchó pacientemente todas las desgracias ajenas, nunca pudo decir aquello que retenía con tanta fuerza bajo sus párpados.
Ella tenía algo que decir. Tenía algo que decir y nunca lo dijo... Al fin y al cabo, ¿quién dedicaría ni un minuto de su tiempo a escuchar a una simple puta de ciudad?