Nos movemos en un ambiente con el aire muy viciado, espeso, desgastado. Un ambiente donde las relaciones han dado muchas vueltas, círculos concéntricos cada vez más pequeños que te van dejando atrapado en el centro.
Las mismas dudas, los mismos miedos, los mismos protagonistas en una historia diferente pero igual, en un contexto diferente pero similar, con relojes asimétricos, edades dispares, estaciones diversas... pero un mismo aire enrarecido.
Y aún así conseguimos mimetizarnos en esa estabilidad inestable (pero predecible) de la misma forma que la rechazamos por interponerse en nuestro camino, entre nosotros y ese concepto abstracto que tiene un niño de libertad. Libertad para alejarse sin dañar a nadie, sin ser juzgado, sin ser reprochado... Pensar únicamente en tus pies por un momento, en lo lejos que serían capaces de llegar si el crecer y el vivir fuera una cosa que hacer en solitario. Llevar los ideales a un extremo, por qué no? Abrir los pulmones a otro aire, otro que no esté tan igual, tan encendido, tan lleno de nosotros.
Quitarnos esta sensación de que todo acaba de terminar y que a la vez no ha empezado, que volvemos una y otra vez sobre lo mismo, que es inútil ponerle distintas palabras, que a veces la manera más fácil de ayudar a los demás es dejar de pensar en ellos, dejar de actuar como crees que les gustaría que actuaras, pensar en ti mismo, preocuparte por no quedar demasiado encerrado en conflictos que no son tuyos, preocuparte por soñar, soñar tan fuerte que se rompa la realidad...