Cuando ya nos habíamos acostumbrado a ese vacío de su silla, al silencio de las mañanas cuando nadie encendía la radio, a la ausencia de gritos y discusiones por quién sabe qué... Cuando ya habíamos asumido que él seguiría siendo la sombra densa y asfixiante que ahogaba nuestro ánimo [por mucho que ya no estuviera presente]... Cuando conseguimos dejar de culparnos mutuamente por no poder evitar esa extraña felicidad que provocaba su ausencia... Entonces, entonces fue cuando volvió. Nadie dijo nada, todo volvió a ser como antes. O eso quisimos creer. Las sonrisas nunca se recuperaron de aquel portazo furioso, de aquel soplo helado de profundo odio. Tus ojos ya nunca volvieron a brillar como antes. Y yo no fui capaz de soportarlo...
¿Con qué derecho se metía de nuevo en nuestra casa, quitándonos la libertad con esa complacencia suya tan enfermiza?
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