Ella llevaba su cámara de video a todas partes. Filmaba el caer de las hojas en otoño y el de la nieve en invierno. Guardaba en su cámara sonrias, pestañeos, guiños y otros sentimientos. Guardaba a sus familiares y amigos, a transeúntes de la calle y a bebedores en los bares, a aquellos que ya no estaban y a los que todavía no había conocido.
Cámara en mano recuerdo verla recorriendo la ciudad, deteniendose en el parpadeo de una farola antes de encenderse o en el revoloteo de un insecto ante un cuello perfumado. Andaba, y se grababa los pies mientras lo hacía, asegurando que la sabiduría que ganaba a cada paso se transmitía en sus imágenes. Todo, todo estaba encerrado en una secuencia infinita de grabaciones. El vapor de agua en el espejo del baño y mi mano escribiendo en él "te quiero", los fogones de la cocina y el pitido de la olla. Todo empezó cuando, siendo muy pequeña, dejó una cámara encendida frente a su ventana. Allí se quedó olvidada hasta que las baterías se agotaron. Cuando fue a borrar el largo video que había quedado grabado, se dió cuenta de que mostraba la formación del rocío sobre las plantas del alféizar. Le ha marcado siempre este primer descubrimiento, el darse cuenta de que las gotas no las ponía un duende cada mañana, y que lo mismo sucedía con las telas de araña o el florecer de una rosa, todo sucedía lenta y mágicamente, a un ritmo que provenía de lo más profundo de la tierra. Conmovida, se propuso guardarlo todo en su vieja cámara.
Sin embargo, una vez grabados, nunca había vuelto a ver sus videos. Todas sus cintas permanecían en perfecto desorden en algún punto de la casa..
Es ahora cuando empieza a verlas. Dice que el mundo está demasiado acelerado para vivirlo tranquila. Que no le da tiempo a agarrarse a esta modernidad que lo invade todo, que se pierde y no disfruta. Ya nadie tiene tiempo ni paciencia para observar el caminar de una hormiga o el nacer de un pájaro en su cascarón. Todo son imágenes aceleradas. También de cómo se forma el rocío. Pero ninguna es como la suya, ninguna muestra el ritmo profundo de la tierra, sino el de un acelerado humano que pretende verlo todo sin dedicar para ello el tiempo necesario.
Ahora que se siente una extraña en esta época, dedica su tiempo a ver las grabaciones. Estos días ha estado viendo nacer una mariposa. Ayer salió por fin de su crisálida...
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Simplemente... me encanta.
ResponderEliminarEs dulce y triste, un tanto romántico, pero lleva inevitablemente a pensar en los jóvenes que hoy día se olvidaron de vivir fuera de las pantallas, de las cintas o tarjetas de memoria de las cámaras de video o de fotos. A esa necesidad insana de dejar constancia de cada momento, sin acordarse de disfrutarlo, sin más objetivo que el que los demás los vean vivir, irónico, cuando muchos andan olvidados de sus propias vidas.
ResponderEliminarSé que no es exáctamente lo mismo que le sucede a la protagonista del relato, que hay un trasfondo poético, y que la necesidad más que dejar constancia para los otros es propia; no sé si por el apremio de vivir, de no perderse nada, de poder revivir las sensaciones; pero cómo hacerlo sin sentir...
Me ha gustado mucho. Un abrazo
Maravilloso. Maravilloso...
ResponderEliminarMe encanta.
ResponderEliminarAli