El músico respiró hondo, cerró los ojos y se estiró la chaqueta. Como en un sagrado ritual abrió la funda de su clarinete, sacó el instrumento de oscura madera y lo afinó con sumo cuidado.
Aquel joven solista volvió a respirar hondo, estiró los brazos, sopesó el instrumento con una mano. Codos alineados, los dedos tensos y flexibles sobre los anillos y llaves del clarinete. Llegado el momento el público dejó de aplaudir y observó atento. El joven intérprete cogió aire y comenzó a cantar.
Dedicada a un amigo clarinetista, que encuentra siempre la forma de sorprenderme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿En qué piensas?