Y aunque seguía admirando la mirada de aquel chico, sus sentimientos cambiaron de repente, sin saber muy bien porqué. Quizá fue su habitación lo que la desagradó hasta tal punto, o su forma de presentarla; "perdona el desorden", cuando el único rastro de movimiento y vida se concentraba en el lápiz que descansaba sobre la mesa. Se respiraba de hecho una agobiante quietud en aquella habitación. Quizá fue eso lo que la espantó, esa sensación de estabilidad que emanaba de la estancia. Y no sólo de la estancia, él entero olía a equilibrio y permanencia.
Puede sin embargo que fueran los libros de la estantería, que no eran más que aquellos que mandan en la escuela y algún que otro tomo viejo de la universidad. Y sí, como decirlo, le molestó que ninguna camiseta andara tirada por el suelo, que no hubiera arrugas en su colcha ni CDs esparcidos sobre la mesa. Era asombroso al mismo tiempo; nunca había conocido a nadie que tuviera ordenada hasta la papelera. Quién sabe, quizá no hay que buscar tantos detalles, quizá fue sólo la mirada grave que puso mientras ella observaba la habitación, en la que parecía querer ofrecerle esas [odiosas] cuatro paredes.
Es difícil saberlo. El caso es que ella sintió que algo se apagaba dentro de su pecho y, aunque esa tarde siguió sonriendo, su corazón comenzó a odiarle por no ser un poco más imperfecto.
Pienso en que siempre me han encantado las habitaciones desordenadas, porque son las que desprenden vida... Creo que yo también soy una loca de las imperfecciones!
ResponderEliminarP.D: no sé si es una excusa ante mi cuarto entrópico...xD
¡Ahahá! Claro que sí: ¡me encanta!
ResponderEliminarAdoro leerte
Me ha encantado la entrada y tu blog, ¡Vivan las imperfecciones y los seres imperfectos que se adueñan de ellas!
ResponderEliminarUn saludo ;)