jueves, 8 de diciembre de 2011

Kamikaze

Ella estaba siempre cruzando de un lado para otro la línea que separa la valentía y la temeridad, y aquella tarde pareció querer demostrarlo. Sentada en el suelo con una de tus viejas camisetas (aquellas que llevaban años olvidadas en su armario), se enterró en todas las cartas y postales, en todas las fotos, las sonrisas y los olores que todavía guardaba de ti.
Abría despacio los sobres y desdoblaba papeles con cuidado, como si quisiera que éstos apenas percibieran su presencia y su roce. Las letras le dolían clavándose en su pecho, las palabras perdían todo significado para convertirse en aguijones en sus párpados, que comenzaron a sangrar recuerdos. Sus manos se movían cada vez más y más rápido a través de la tinta seca de tus manos. Se tragó los besos con los que te despedías y los silencios suspendidos en una línea de teléfono. Te tragó entero, con todos tus recuerdos.
Fue sólo entonces cuando lo vio todo con claridad. No pudo evitar reírse de sus lágrimas. De no haber entendido nunca el verdadero significado de aquellas largas cartas que no decían nada y sugerían mucho.
Se dio cuenta de que en realidad esa herida había cicatrizado mal desde el principio. Que le había quedado esa gran marca enorme que provocaste y que la acompaña siempre a todas partes.
Ahora sólo piensa en destrozarse por completo a si misma con tal de que no se distinga tu marca entre las demás, con tal de respirar sin notarte aún clavado en su pecho.

Puede que incluso llegue a curarse del todo en algún momento, sin cicatrices, recuerdos ni estupideces. Puede también que cuando te haya borrado de su cuerpo y su memoria se sienta sola y abandonada.... Quien sabe, siempre fue un poco kamikaze.


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