Sentada a oscuras en un rincón de su habitación, descalza, acariciaba con las puntas de los pies el frío suelo. En una mano sostenía una taza de leche bien caliente, como a ella más le gustaba. En la otra, un pedazo de chocolate negro y amargo, que mordisqueaba distraída.
En un viejo aparato de música sonaba una de sus canciones favoritas. Se dejó llevar por cada nota, cada acorde, saliendo por un momento de esa oscuridad en la que se hayaba, sintiendo como hasta su propio pulso se acompasaba al de la canción. Poco a poco las notas fueron desapareciendo y todo quedó en silencio, pero ella no salió de su trance. En las manos la leche se enfriaba.
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Inspirador, como siempre.
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