Hoy escribo a espuertas, hoy suelto mis tripas en el papel, mi hígado, mi bazo y, por supuesto, mi corazón. Sufro esa indescriptible dolencia de quien tiene mucho que contar y no sabe cómo. Del que sabe que sus palabras nunca llegarán a reflejar estos temblores que le recorren y que, probablemente, serán malentendidas. Con todo ello, me siento en el deber de intentarlo, pues parece ser que de lo que no se habla, no existe. Qué pensamiento tan absurdo, si lo piensas detenidamente, ya que el ser humano es puro revoltijo de sentimientos y éstos -para bien o para mal- no necesitan de palabras para crearse. Por otra parte, contenerlos es de las cosas más difíciles a las que nos tenemos que enfrentar -cuánto sufren los amantes no correspondidos, pero no, no vengo hoy a hablaros de eso-.
Se trata de algo más general. He visto que los lazos con los que unimos corazones son muy frágiles, que la vida no es más que una tormenta donde unos vienen y otros van, donde las distancias se acortan o se alargan con gran facilidad y, pese a todo, eso no es lo que nos separa. Sorprendentemente, siempre nos excusamos en el paso del tiempo o en los kilometros de distancia, pero a la vez tenemos personas a las que confiaríamos la vida en algún punto lejano de este u otro universo. Parece siempre mejor opción la de no pararse a pensar, vendarse los ojos para no vernos a nosostros mismos como los únicos responsables. Maldita cobardía.
Me dijeron de niña que sabría reconocer las relaciones sinceras por su transparencia, por la confianza incondicional y por la locura que supone dar sin esperar nada a cambio -incumpliendo, seguro, todas las leyes de la naturaleza-. Nunca he esperado mas que la misma transparencia con la que yo entrego mi amor. No pretendo que todo el mundo me quiera más que a nadie. Sólo quiero que me valoren lo suficiente como para tratarme con honradez. Y vuelvo a lo de antes, ¿de dónde sale ese miedo irracional a reconocerle a otra persona que, aunque le aprecias, no es "la primera" en tu círculo de relaciones? Eso podrá doler más o menos, pero no rompe lazos ni evita un vínculo fuerte y sincero. Por el contrario, si la cobardía puede con nosotros y no somos capaces de valorar a alguien tanto como para ser francos con él, rompemos -y de forma bastante dolorosa y violenta- los lazos que nos unían. La mentira y el ocultamiento sólo van seguidos de las palabras dolor y distanciamiento.
Podía vivir sin ser tu primera dama, ¿sabes? Pero no puedo vivir con tus mentiras y tus dobles caras.
No hablo yo, habla esa fuerza que me oprime el estómago y
que, por no saber expresarla de una forma más
correcta, sólo podía acabar en un estallido de rabia no demasiado justo.
He decidido entonces dejarla corretear libre por el teclado. Hace menos
daño. Y yo, que notaba algo roto por dentro, ya no siento nada.