Y ahí estaba ella, sonriendo y devorando sandía. Una rodaja tan grande que le dejaba roja toda la boca y las mejillas. Cómo iba yo a ser capaz de destrozar esa alegría con tan malas noticias? No dejaba de preguntármelo, pero ninguna solución pasaba por mi cabeza.
- Tenemos que vender el piano, Griet- dije en voz baja, como si así el dolor también disminuyera su intensidad.
Se le congeló la sonrisa en la cara y levantó la vista a la vez que dejaba caer la sandía. No podía creerlo, lo notaba en sus ojos. Se levantó de la silla y se acercó a mí mientras comenzaban a resbalar las primeras lágrimas por sus mejillas.
- ¿Cuándo? - fue lo único que pudo articular con una voz tan serena que no parecía concordar con la desesperación que se mostraba en sus ojos y en el leve temblor de sus labios.
- Dentro de dos días vendrán a llevárselo. En realidad llevamos más de un mes buscando un comprador, pero sólo hasta hace unos días nos llegó una oferta razonable... Lo siento, debía habértelo contado antes, pero.. pero no sabía como...-
Griet había dejado de escucharme y ausente se secaba los ojos con las mangas de su camisa. Se fue de la habitación dejándome solo y sin saber qué hacer ni cómo consolarla. El piano comenzó a sonar desde el estudio. Una melodía dulce y melancólica de cadencias suaves que fue transformándose poco a poco en pasajes de ritmos vertiginosos donde las ideas musicales volaban de una mano a otra. Me acerqué al estudio y me apoyé en el marco de la puerta, viendo cómo sus manos acariciaban a gran velocidad las teclas del piano, escuchando a ratos cómo el impacto de una lágrima en su regazo se confundía con las notas envolventes del mismo.
Y no hubo forma de separarla de su piano, ni de que hiciera una pausa para comer o dormir hasta que, a los dos días, llegaron dos jóvenes a llevárselo. Éstos, al escuchar el piano, se quedaron paralizados junto a la puerta, sin atreverse a interrumpir tan bella melodía.
Las manos de Griet fueron poco a poco perdiendo velocidad hasta acabar reposando en el último acorde. El sonido se quedó flotando en el aire dejándonos inmóviles en nuestros sitios. Griet se levantó despacio y con la cabeza baja, quizá para que no viéramos en sus ojos su sufrimiento. Apenas pudo sostener su peso y cayó desplomada sobre el suelo. Su caída me hizo reaccionar y acudí corriendo junto a ella. Estaba completamente pálida, el cuerpo entumecido y demacrado.
Le cogí las manos, llorando, tenía los dedos ensangrentados y contraídos. Cerró los ojos y entró en un sueño tan profundo que por un momento la angustia me invadió por completo al pensar que había muerto. Fue en ese momento en el que comprendí que ella vivía para el piano igual que yo vivía para ella.